En los años siguientes continuó a buen ritmo la colocación de obras de arte en espacios públicos, con obras como: Cabeza de Barcelona (1992), de Roy Lichtenstein; Barcino (1994), de Joan Brossa; Personaje (1997), de Joan Miró; y La ola (1998), de Jorge Oteiza. A nivel estilístico, se hizo una clara apuesta por el arte contemporáneo y por la incorporación de obras de artistas de renombre de todo el mundo.
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